Reza la filosofía clásica: “La virtud se encuentra en el término medio”. Sin embargo, aunque el discurso de la moderación puede resultar algo obvio para cualquiera que lo escuche, la realidad es que en lo que se refiere a deporte, el lema “no pain, no gain” (sin dolor no hay resultados) ha primado en las últimas décadas, lo que ha llevado a muchos a sentir las consecuencias del exceso de ejercicio.
Pero, ¿cómo sabemos que nos estamos “pasando” con el deporte?
En lo que respecta al tipo de actividad física, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció unos mínimos con el fin de que la población sin dolencias médicas específicas abandonara los hábitos de vida sedentaria.
Según este organismo de salud, es recomendable que las personas de entre 18 a 64 años dediquen un mínimo de 150 minutos semanales a la práctica de alguna actividad física aeróbica de intensidad moderada. Esto equivaldría a hacer aproximadamente 20 minutos al día.
La OMS también recomienda que, en caso de practicar una actividad aeróbica intensa, debería durar un mínimo de 75 minutos a la semana, o si se prefiere, una combinación equivalente a ambos tipos de actividad. También aconseja que dos veces por semana, o más, se realicen ejercicios de fuerza que involucren los grandes grupos musculares.
¿Y que podría ocurrir si nos excedemos de este volumen de actividad? Uno de los efectos del exceso de ejercicio se produce sobre nuestros músculos. Cada vez que realizamos una actividad, algunos tejidos se desgastan con el fin de construir nuevos tejidos patra afrontar la actividad que se va a realizar en la siguiente sesión. Cuando se produce el sobreentrenamiento, no damos al cuerpo margen de descanso ni lo nutrimos como necesita para que se produzca la renovación de tejidos.
Es entonces cuando se puede entrar en rabdomiólisis, un trastorno en el que las fibras de los músculos esqueléticos comienzan a “disolverse”.
Esto hace que se liberen grandes cantidades de mioglobina que, a través de la sangre, llega hasta los riñones pudiendo causar daños como la insuficiencia renal aguda.
Un signo para identificar este trastorno es el color de la orina, que en caso de ser castaño oscuro, habría que acudir al médico inmediatamente. Por otra parte, los síntomas de la rabdomiólisis suelen ir desde el dolor intenso en los músculos a vómitos y un estado de confusión. Antes de pasar por un trastorno grave como la rabdomiólisis, el organismo envía señales en función del nivel de desgaste que sufre el deportista.
Una de las más claras se encuentra en el deterioro de las articulaciones. Dolencias en hombros o rodillas pueden parecer comunes en algunas actividades de alto impacto como “crossfit” o correr, pero han de vigilarse de cerca porque un constante desgaste de las articulaciones puede producir la pérdida de líquido que se encuentra en el punto de unión de los huesos y generar artrosis.
Fuente: Lily Luciano