Bajo el cielo iluminado, en un entorno donde el tránsito vehicular apaga el susurro de las aguas de la fuente de las Náyades en la Piazza della Repubblica, hacia un lado se despliega en semicírculo un par de magníficos palacios del siglo XIX, ambos de arquitectura neoclásica con fachadas blancas que en lo alto muestran idénticos grupos escultóricos, mientras al otro se extiende con su color tierra el exterior de las Termas de Diocleciano, del siglo IV, de las cuales quedan ruinas y elementos originales. El impresionante conjunto con apariencias tan dispares tiene, empero, un punto de similitud: los palacios fueron construidos con una curva que imita la sala de conversación, o exedra, de las Termas. Nada de esto nos sorprende a mi hija Carmen Virginia y a mí. Al fin y al cabo estamos en Roma, la ciudad donde casi en cada esquina hay un detalle que admirar.
Hasta aquí llegamos a pie desde el hotel, pasando junto a uno de los tantos palacios que abundan en la capital de Italia y uno de los que forman parte del Museo Nazionale Romano. Recostado de la verja que lo rodea, un indigente lee un libro. Al menos, así parece. Antes, en el trayecto, en el muro de una construcción donde hay un garaje y un restaurante, una tarja menciona las Termas de Diocleciano. Debió ser un pedazo de la muralla que rodeaba este conjunto termal, el de mayor tamaño en la Roma Imperial, donde tres mil personas podían simultáneamente encontrarse realizando diferentes actividades (deportivas, culturales…) No sólo eran baños.
Si bien no nos decidimos por conocer sus ruinas ni su museo, sí entramos a la Basílica di Santa Maria degli Angeli e dei Martiri, cuyo cuerpo principal ocupa el espacio de lo que en las Termas era su parte central. En ésta se conservan las bóvedas y ocho columnas originales. El resto de la iglesia es una construcción que, por encargo del Papa Pío IV, fue originalmente diseñada en 1561 por Miguel Ángel Buonarroti. Según la leyenda, con este templo el Pontífice cumplía el voto de un sacerdote de Sicilia, que contó haber tenido una visión en la cual numerosos ángeles volaban como una nube desde las termas de Diocleciano. Consagrada a los ángeles, lo fue asimismo a los mártires cristianos que se dice trabajaron en construir dichas termas.
Ya en el interior, cerca de una escultura de L’angello della luce’ (El ángel de la luz) del escultor contemporáneo Ernesto Lamagna, un aviso señala en inglés que se requiere vestir de manera apropiada en este santo lugar. Ni ropa sin mangas, ni pantalones cortos. E incluso informan que hay chales disponibles, para devolver al final de la visita. Eso sí, requiere de una donación mínima de un euro.
PASEANDO Y CONOCIENDO
Tras recorrer la basílica salimos a contemplar la Fuente de las Náyades, esas ninfas acuáticas que cuando fue develizada la fuente en 1901 provocaron la ira de muchos puritanos. Tuvo incluso que modificarse la figura central del dios marino Glauco. Ahora abraza a un delfín. Para cruzar hacia el otro lado de la Piazza della Repubblica, donde en un recodo hay una parada de taxis, le damos un rodeo.
Ya del otro lado, paseando por el área porticada de uno de los palacios, observo cuán disímiles son los locales de negocios que funcionan en su piso bajo. Entre ellos, un restaurante informal, un hotel de 5 estrellas, el Palazzo Naiadí y una elegante sastrería: Sartoria Rossi. Para cruzar al otro palacio, hay que bajar a la acera. Un guitarrista tararea una canción a sotto voce mientras toca el instrumento. En esta área porticada funcionan, entre otros, el servicio de información de la Embajada de Turquía, la tienda de ropa de hombre Esedra, cafeterías informales y una farmacia. (Con el nombre Esedra se conoce también la Piazza de la Reppublica, plaza por la cual, debido a la cercanía con el hotel, habremos de pasar nuevamente. Carmen aprovecha para tomar videos. Yo tomo fotos).
Fuente: Carmenchu Brusíloff