Los orígenes dominicanos de las dulces habichuelas y su vínculo con la muerte del hijo de Dios son tan inciertos como la ingente cantidad de nombres que la legumbre posee. Desde los frijoles oriundos de las tierras indígenas, para quienes era un alimento tan común como lo es hoy en toda Latinoamérica, hasta las habas y sus derivados, parte de los cuales se atribuyen a un origen árabe, por ser estos los libertadores de los granos, que durante la edad media se cultivaban en Europa para animales y como complemento alimenticio de los pobres.
Los árabes sabían que eran muy saludables y desarrollaron sistemas avanzados de cultivos y promovían su consumo.
Otras versiones acuñan algunos de sus nombres a los judíos, no por ser ahorradores, sino por su costumbre de guardar el Sabbath, que las cocinaban viernes para comerlas en sábado de descanso.
Esta versión les hace sentido a los dominicanos que, desde que un miércoles antes de primavera, la cuaresma nos arrodilla para estamparnos su sello de entrada, y no hay un fin de semana donde no se cuezan habichuelas con dulce, mejor dicho, no se coman porque gracias a nuestro Señor, que murió por nosotros, la solidaridad sigue latente entre familiares y vecinos, que mandan su cantinita o avisan que pasen a recogerlas con batata, pasas y galletitas, para no perder la costumbre.
La historia de nuestra receta es tan épica que podría ser un best seller de Shakespeare: un joven mulato con un par de valores inculcados, pidió en matrimonio la mano de la hija del francés de Saint Domingue que tenía fincas de legumbres en Haití. El padre se acogió a la prohibición de que negros, mulatos o esclavos se casaran con blancos y el valiente haitiano, aprovechando la rebelión de los negros, en venganza a su desalmado despecho mató a su pretendida y parte de las hembras de esa familia, obligando al padre y a los que pudieron salvarse a emigrar hacia el Santo Domingo español.
Durante la visita de un amigo merendaron a la francesa con frijolillos azucarados, dulces a base de leche y frutas encurtidas, entre otros. Después de eso, a los ya dominicanos les gustó la combinación y a la costumbre de comer frijolillos azucarados, se le fue incorporando lácteos hasta que nació la receta que hoy patrimonio del pueblo dominicano.
Las habas que en Europa siempre estuvieron ligadas a las supersticiones, Roma la tenía tan mal vista que incluso mirarlas podía causar mal de ojos, a tal punto que tienen su receta de “habas de los muertos”, que se come el día de finados. El antiguo aunque garbanzos, lentejas o guisantes gozaban de buena vibra, las habas en Egipto se consideraban una legumbre impura.
Existen cuentos de brujas y hasta obras de superventas de habichuelas mágicas. Nunca entendí por qué en Andalucía y las Islas Canarias le acuñan el nombre de habichuelas a los frijoles, según la variedad o la etapa en la que se encuentren (judías cuando son verdes, alubias, habichuelas, frijoles, porotos cuando están secas, etcétera).
En este país brillante la redimimos, morimos por ellas y celebramos su ascensión cuando suena el timbre que trasciende nuestras puertas. Asociamos las habichuelas con dulce con la fecha de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, pero lo que la mayoría no sabe es que, las legumbres se cosechan en primavera y, aunque nuestros hijos creerán que todas las cosas provienen del supermercado y que se encontraron ahí siempre, en esta época del año y de manera natural, en todas partes se cuecen habichuelas.
¡Como las quieras!
Súmate a la tradición de repartir habichuelas con sólo una funda de una libra y pico, hervida en agua con canela y luego licuadas y agregándoles un litro de leche, una leche evaporada, una de coco, una libra de azúcar crema, clavo, vainilla y una pizca de sal. Se deja hervir hasta que reduzcan y adquieran un color intenso y brillante. Este es el truco para evitar flatulencias y hacer que aguante varios días en la nevera sin estropearse. Sírvelas con pasas, daditos de batata y casabe o galletas de leche.
MARTIN OMAR