Hace ya muchos años, casi décadas, dediqué una parte de mi tiempo a escribir literatura infantil y juvenil. Aunque obtuve algunos premios literarios con esa labor, no se trataba de mi actividad más importante ni tampoco de la más lucrativa.
Por razones de agenda, tanto entonces – igual que sucede ahora – tenía muchas invitaciones para dar conferencias, celebrar campus literarios o enseñar seminarios. La mayoría de las veces, también por razones de agenda, tenía que declinar las invitaciones. Con una excepción: los libroforos con niños y adolescentes. Sucediera lo que sucediera y aunque significara poner patas arriba las actividades del mes, siempre decía sí a las invitaciones para ese tipo de libroforos.
Implicaba no pocas veces comenzar una jornada a las ocho de la mañana e ir saltando de libroforo en libroforo hasta las doce para luego continuar por la tarde dos o tres horas más. Siempre se trataba de clases que habían leído alguno de mis libros previamente y, por regla general, me limitaba a presentarme con algunas frases y abría a continuación un turno de preguntas. Necesitaría un libro para relatar todo lo que aprendí en aquellos años tristemente pasados y felizmente vividos y, precisamente por eso, debo ser selectivo. Una de las lecciones más importantes que extraje de aquellas experiencias fue la del valor de la familia en la educación y en ella voy a detenerme.
Había yo pensado en aquel entonces que encontraría diferencias entre los alumnos en el curso de los libroforos.
Y, ciertamente, las encontré.
Sin embargo, no fueron como yo había esperado.
Creía yo que los colegios más caros y elitistas darían los mejores alumnos y, sobre todo, educarían mejor a la hora de pensar, expresarse y actuar de manera creativa.
No me pude equivocar más. Colegios muy modestos, públicos y en zonas humildes contaban con alumnados más inteligentes que otros privados, caros y en zonas residenciales.
Pero no se trataba sólo de eso.
En un mismo centro educativo, pude encontrarme con clases absolutamente dispares, con cursos adocenados y pobres, otros, brillantes e inteligentes.
¿Qué establecía la diferencia si no era la posición social ni el coste de la educación?
César vidal manzanares
Historiador, escritor y comunicador de origen español residente en los Estados Unidos.
Obtuvo la licenciatura en derecho por la Universidad Complutense de Madrid y desde 1980 y por un periodo de más de 10 años ejerció como abogado.
Posee sendos doctorados en Teología y Filosofía. César Vidal es un escritor muy prolífico especialmente sobre temática relacionada con la historia, aunque no todas vinculadas a la temática de su tesis doctoral.
Entre 2004 y 2012 ha editado más de ochenta publicaciones.
César Vidal ha sido reconocido internacionalmente con numerosos premios literarios así como distinciones internacionales, como el Premio Humanismo de la Fundación Hebraica, y ha sido reconocido por su labor en defensa de los derechos humanos por organizaciones como Yad Vashem, Supervivientes del Holocausto (Venezuela), ORT (México), Jóvenes Contra la Intolerancia o la Asociación Víctimas del Terrorismo.
Educación conjunta
En un primer momento, atribuí aquellas diferencias, en ocasiones abismales, al personal docente. Ciertamente, su papel era esencial.
Un profesor entregado diligentemente a sus tareas colocaba a mayor altura educativa a los alumnos de un aula pequeña y pobre situada en un suburbio que otro más negligente aunque contara con instalaciones mejores en un barrio de clase alta.
El buen maestro lograba superar en no pocos casos la diferencia de medios.
Pensaba yo haber encontrado la clave de la educación cuando, de manera casi simultánea, varios maestros me sacaron del error.
Me decía con tono modesto: “Nos esforzamos lo que podemos, pero todo depende de las familias”.
Inicialmente, pensé que se trataba de una muestra de humildad del docente, pero que se repitiera una y otra vez me pareció excesivo.
Ciertamente, en su trabajo eran buenos, incluso en no pocos casos, resultaban muy buenos. Sin embargo, me decían la verdad.
Cuando la familia se involucraba en la educación de los hijos – o si no lo hacía – la diferencia era notable.
Fuente: César Vidal Manzanares